The Objective
Juan Francisco Martín Seco

La economía como coartada

«Los gobiernos de Sánchez, desde los tiempos de la pandemia, han usado todo tipo de manipulaciones estadísticas para dar una sensación de bonanza inexistente»

Opinión
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La economía como coartada

Ilustración de Alejandra Svriz.

Es una constante que el Gobierno de Sánchez, cada vez que se ve contra las cuerdas, bien sea por la corrupción, bien por su incapacidad para la gestión, bien por la falta de apoyo en el Congreso, o bien por sus indecentes alianzas o por las concesiones a las que le conducen, acude como cortafuegos a la buena situación de la economía.

Es también una realidad que los gobiernos de Sánchez, desde los tiempos de la pandemia, cuando la economía española iba la última en el ránking europeo, han usado todo tipo de trucos y manipulaciones estadísticas para dar una sensación de bonanza inexistente. Es de sobra conocido lo que ha ocurrido y ocurre con las cifras de paro en las que ciertos colectivos como los fijos discontinuos o los que se encuentran en ERTE, aunque cobren el seguro de desempleo, no son considerados parados. Así mismo también es conocido el cese por Calviño del director general del Instituto Nacional de Estadística por la única razón de que ofrecía cifras que no eran del agrado del Ejecutivo. Y la entonces vicepresidenta puso en su lugar a alguien más acomodaticio y, ¡oh, casualidad!, en los momentos críticos las cifras definitivas se alejaban anormalmente de las provisionales.

Pero, dejando al margen estas puntualizaciones, resulta cierto que en los momentos actuales la economía española crece por encima de la media de la UE. Ahora bien, hay que añadir enseguida que no se debe tanto a que nuestra tasa sea extraordinariamente elevada -y mucho menos a la pericia de ese Gobierno progresista de Puigdemont- como a la atonía de las principales economías de la Unión, tales como Italia, Francia y sobre todo Alemania, que ha tenido un gran protagonismo en la guerra de Ucrania y que dada su elevada ponderación tira de la media fuertemente hacia abajo. España no es el único país que crece por encima de la media, otros como Portugal, Grecia y casi todas las naciones del Este lo hacen y bastantes de ellos con una tasa más elevada que la nuestra.

El Gobierno basa su discurso triunfalista, además de en el crecimiento del PIB, a las buenas, según ellos, cifras del empleo. Pero este último dato se desinfla si, por una parte, tenemos en cuenta los fijos discontinuos y situaciones similares y si, por otra, tomamos en consideración la variación de las horas trabajadas, magnitud mucho más adecuada para medir la evolución de la cantidad de trabajo y que ha seguido una evolución más moderada, señal inequívoca de que lo que se tiene por crecimiento del empleo es, en buena medida, simple reparto.

A la hora de enjuiciar la marcha de la economía en un país y calificarla de magnífica, es un error fijarnos exclusivamente en la evolución del PIB. Es una equivocación que cometieron antes los gobiernos de Aznar y de Zapatero y que los españoles pagamos duramente. Podemos recordar aquella cantinela de Aznar de «España va bien» que terminó siendo asimilada, con satisfacción, por la mayoría de la sociedad española, sin considerar que estábamos creciendo a crédito, como indicaba el déficit de la balanza por cuenta corriente, que alcanzó el 6% del PIB al final de su gobierno, con el consiguiente incremento del endeudamiento privado frente al exterior.

«El aumento de la población explica en buena medida la evolución del PIB»

Zapatero, al llegar a la Moncloa, aceptó el «España va bien» de Aznar y durante cuatro años mantuvo el mismo discurso triunfalista y la misma política. Le recordamos compareciendo orgulloso para afirmar que la renta per cápita de España había sobrepasado a la de Italia. La economía española continuó creciendo a crédito hasta 2008, momento en el que el déficit por cuenta corriente alcanzó el 10% del PIB y en el que estalló la crisis de las hipotecas subprime que afectó de lleno a nuestro país dado el desequilibrio financiero y el endeudamiento exterior acumulado durante todos estos años.

Este espejismo, aunque por otros motivos, puede volver a repetirse en la actualidad. Así que si queremos analizar más certeramente la economía española no podemos detenernos en una única variable como el PIB, hay que considerar otras que la complementan o, la matizan y corrigen. En esa línea podemos considerar el aumento de la población que, concretamente en la actualidad, explica en buena medida la evolución del PIB. Desde 2018 este ha crecido un 9%. A su vez, la población lo ha hecho en un 5%. En 2024 aumentó en 458.289 personas. Si de la tasa de incremento del PIB descontamos el efecto demográfico, el porcentaje queda reducido a un 4%, lo que no parece un crecimiento excesivamente brillante para un periodo de cinco años.

Todo eso explica que en este periodo la renta per cápita de España no haya ganado posiciones respecto a la media de la UE, situándose en el 91% de ella. Tan solo Portugal, Grecia y los países del Este se sitúan a un nivel inferior.

En cuanto a la remuneración de los trabajadores, en el año 2024 el salario medio en España ha ascendido a 31.698 euros. Es aproximadamente la mitad que el de Luxemburgo, Alemania, Bélgica, Austria, Países Bajos, Dinamarca, Finlandia o Irlanda; y bastante más bajo que el de Francia, e incluso del de Italia. Una vez más, son Portugal, Grecia y los países del Este los únicos que presentan cifras más modestas que las nuestras.

«La inflación de los últimos años ha colaborado a que los trabajadores hayan perdido poder adquisitivo»

Ciertamente, la inflación de los últimos años ha colaborado a que los trabajadores hayan perdido poder adquisitivo, pero para encontrar la causa principal tenemos que remontarnos a 2007 y 2008, años en los que, tal como hemos citado más arriba, se produjo la crisis financiera, resultado de 12 años de déficit en la balanza por cuenta corriente y del endeudamiento exterior acumulado. En condiciones normales la salida hubiera sido la depreciación de la moneda; es más, no se hubiese llegado a esa situación, los mercados habrían provocado, tal como hicieron a principios de los noventa, la devaluación.

La pertenencia a la Unión Monetaria impedía el ajuste vía tipo de cambio. La única salida posible -y fue la que nos impuso sin contemplación Europa- fue la devaluación interna, es decir, la reducción de precios y salarios, que al final es más de salarios que de precios, y que impuso condiciones durísimas para los ciudadanos.

Existe una diferencia importante entre la devaluación monetaria y la interior. La primera empobrece a los ciudadanos frente el exterior, pero no modifica la relación interna; en la segunda, por el contrario, es imposible que todos los salarios y los precios evolucionen en la misma medida. Los precios relativos, incluyendo los salarios, se alteran. El coste se distribuirá de manera desigual.

A partir de 2012 la economía española recuperó la competitividad frente a los otros países y desapareció el déficit exterior, pero a condición de que parte del endeudamiento privado acumulado durante esos años se trasladase al sector público y a que se redujese sustancialmente el poder adquisitivo de los trabajadores. Esa situación es la que permanece en estos momentos, tanto más cuanto que el empleo que se crea es de muy baja calidad.

El bajo nivel salarial es la otra cara del incremento del PIB, lo relativiza y de alguna forma explica cómo es posible que uno de cada cuatro españoles se encuentre en riesgo de pobreza o cómo en este colectivo se halle incluido un número considerable de personas con empleo.

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