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Pasado, presente y futuro de la democracia

España parece lanzada hacia el autoritarismo y es una amenaza para la frágil y vulnerable alianza de las democracias

Pasado, presente y futuro de la democracia

Ilustración de Alejandra Svriz.

Para un historiador el tratar a los siglos como unidades históricas es una tentación difícil de resistir; y es verdad que pareciera como si los fines y los comienzos de siglo adquirieran frecuentemente caracteres de divisorias históricas. El fin del siglo XX vino marcado por el derrumbamiento del bloque comunista en Europa y Asia, cuyas consecuencias siguen haciéndose sentir aún hoy. El fin del siglo XIX se retrasó un poco: tuvo lugar en 1914, con el inicio de la Primera Guerra Mundial, que marcó el fin de llamada belle époque y dio paso a tres décadas de terribles turbulencias y a una segunda mitad más pacífica y muy próspera. El fin del siglo XVIII había venido marcado por dos grandes revoluciones, la Americana y la Francesa, seguidas a comienzos del XIX por la independencia de la América Ibérica y más tarde por un largo proceso de modernización política y económica a la que puso fin el estallido de la Gran Guerra. Yo invito a mis lectores aficionados a la historia a que sigan buscando divisorias históricas en torno a los cambios de siglo. Es un pasatiempo entretenido que ejercita la mente y estimula la lectura. De momento, sin embargo, propongo que volvamos al presente con un poco de perspectiva histórica.

El fin del comunismo fue acogido con gran esperanza tanto en el mundo democrático como en casi todos los países excomunistas. Fue bastante general la creencia de que la superioridad de la democracia y el capitalismo mixto habían quedado palmariamente demostrados tras 45 años de guerra fría y que el resto de países se apresuraría a imitar a los excomunistas europeos en adoptar con entusiasmo el modelo triunfante y reconvertirse a la democracia y al capitalismo. No voy a comentar el libro que proclamó y dio forma y popularidad a esta creencia, titulado El fin de la historia, de Francis Fukuyama, por ser tan famoso y citado. Se le ha tachado de exageradamente optimista e ingenuo. Algo hay de eso: el ser humano, al menos una fracción bastante considerable de la población, ha resultado menos racional de lo que Fukuyama suponía.

La esperada transición a la democracia, en especial en los dos mayores países excomunistas, Rusia y China, descarriló; ambos abandonaron el comunismo, cierto (China lo abandonó, de hecho, antes que Rusia, aunque sin manifestarlo abiertamente), pero sus élites gobernantes se resistieron a adoptar la democracia y se constituyeron, por caminos diversos pero convergentes, en férreas dictaduras. Como consecuencia de esta nueva aberración (las revoluciones comunistas en estos países ya habían sido sendas aberraciones en la primera mitad del siglo XX) estas dos enormes naciones se han convertido en el núcleo de lo que Anne Applebaum llama en un libro reciente Autocracia S.A. (Editorial Debate), el nutrido conjunto de dictaduras que llevan camino de imponerse en la arena internacional.

Está resultando que el optimismo ingenuo de Fukuyama (y de quien modestamente emborrona esta página) se ha visto frustrado y desmentido por la dura realidad del siglo XXI. Probablemente no sea un problema de racionalidad individual, sino de racionalidad colectiva. En las comunidades humanas el Estado tiene un enorme poder por la maquinaria que maneja (presupuesto, medios de comunicación, policía, ejército…), de modo que casi siempre quien está en el poder puede imponerse a la suma de voluntades individuales, aunque le sean contrarias, como estamos viendo en Venezuela, en Nicaragua, en Irán, en Bielorrusia, en Turquía, en Hungría y un largo etcétera.

Lo interesante y siniestro es que, como señala Applebaum, Autocracia, S. A. constituye una poderosa alianza internacional. En primer lugar, por ejemplo, son muy numerosos los países que apoyan la agresión imperialista de Rusia contra Ucrania, casi todos igualmente dictatoriales (China, Corea del Norte, Bielorrusia, Irán …), incluso algunos que se suponía que eran democráticos, como la India, o semi-democráticos, como Hungría. El apoyo a la agresión rusa en Ucrania es el caso más escandaloso. Pero es que, y esto es igualmente alarmante y siniestro, son muy numerosos los ejemplos de solidaridad y apoyo entre unos y otros países autocráticos. Venezuela ha recibido ayuda de Rusia e Irán en diversas ocasiones, y en especial tras el criminal pucherazo del pasado mes de julio. El régimen dictatorial de Assad en Siria, felizmente liquidado hace unos meses, recibió durante años toda clase de ayuda de estas mismas autocracias para aplastar al pueblo sirio. Y en Rusia se refugió Assad cuando por fin fue derrotado.

«Hay países cuya democracia se está deteriorando a ojos vistas y que parecen dispuestos a entrar en la órbita autocrática»

En segundo lugar, hay países cuya democracia se está deteriorando a ojos vistas y que parecen crecientemente dispuestos a entrar en la órbita autocrática; la India de Modi es uno de ellos, el México de López Obrador, y ahora de Sheinbaum, es otro. Turquía, que hace unos años parecía una democracia imperfecta y estaba siendo considerada para asociarse con la Unión Europea, se ha convertido ya en una autocracia sin paliativos.

En tercer lugar, el grupo de los países atlánticos, que ha sido, durante el siglo XX, el núcleo duro de la democracia, se está resquebrajando de un modo alarmante, en gran parte porque su líder tradicional, Estados Unidos, muestra una extraña propensión a renunciar a su misión directiva y responsable (la que le hacía genuinamente grande, great) y parece inclinado a pasarse al enemigo, mostrando su presidente, Donald Trump, una incomprensible amistad con el dictador quizá más tiránico y mortífero del bando de la autocracia: Vladímir Putin.

Y, como colofón, dentro de la Unión Europea hay hoy un país que contribuye al resquebrajamiento de la alianza democrática, porque su democracia da también signos alarmantes de deterioro. Su presidente, tras perder dos elecciones seguidas, en lugar de ceder el puesto al partido ganador, se alió con los partidos separatistas para mantenerse en el poder a cualquier precio, con tenacidad autocrática y propósito evidente de prevalerse de los resortes del mando para imponerse a la mayoría, como antes vimos; y, desde entonces, más que gobernar, se viene arrastrando a los pies de políticos fugados de la justicia, esforzándose en amnistiarles con dudosa legalidad para que continúen apoyándole en el poder y distribuyendo a los separatistas cuantiosas subvenciones mientras él opera sin presupuesto, en violación flagrante de la Constitución.

Como cada vez es más impopular, y su gobierno y familia están asediados por causas penales, el presidente está intentando anular al Poder Judicial para conseguir la impunidad y se sospecha que ha abierto la mano a la inmigración incontrolada para que, cuando no tenga más remedio que convocar elecciones, una naturalización masiva convierta a los centenares de miles de recién llegados en votantes agradecidos. Este país parece lanzado hacia el autoritarismo en pos de Turquía, la India, México y Hungría, y, si es necesario, Venezuela. Este país es una amenaza para la frágil y vulnerable alianza de las democracias. Este país, por desgracia, es el nuestro.

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