Vivimos en una época marcada por la hiperconexión, donde niños y adolescentes crecen rodeados de dispositivos tecnológicos. Teléfonos móviles, tabletas, videojuegos y redes sociales no solo cambian la manera en la que se relacionan y aprenden, sino que también tienen profundas consecuencias sobre su salud emocional. Con el objetivo de saber cómo abordar este desafío THE OBJECTIVE ha organizado el debate ContexTO: Niños y adolescentes frente a las nuevas tecnologías.
Moderado por la periodista de THE OBJECTIVE, Lidia Ramírez, y patrocinado por Asisa, este debate cuenta con la presencia de Félix Notario, responsable de la Unidad de Pediatría y Adolescencia en HLA Clínica El Rosario de Albacete; Santiago Pérez, psicólogo; y María Solano, profesora universitaria y autora del libro Pantallas qué remedio.
«La problemática de la salud mental llena nuestras consultas. Se han disparado diagnósticos relacionados con autolesiones, ideas suicidas y suicidios», ha defendido Notario. Por su parte, Santiago Pérez ha señalado que muchos adolescentes ven el suicidio como una posible salida, una percepción que empeora debido a la falta de herramientas emocionales y al exceso de protección familiar, lo que les deja «completamente indefensos».
Solano fue incluso más allá. A su juicio, los datos de suicidio «son solo la punta del iceberg», mostrando además su preocupación por un fenómeno ascendente en redes sociales: «la romantización del dolor», donde se exaltan «el suicidio y las autolesiones como formas de escapar de la realidad».
Durante la charla, los expertos coincidieron en señalar el impacto negativo del excesivo tiempo frente a las pantallas sobre el desarrollo social y emocional de niños y adolescentes. Solano destacó que la actual «generación pandemia» perdió una etapa crucial de su desarrollo por la falta de juego libre, lo que les ha quitado capacidad de resolver conflictos reales, limitándose a «desenchufar» cuando algo les molesta. Notario describió esto como la aparición de una «generación muda», en la que los jóvenes tienen cada vez más dificultades para comunicarse cara a cara.
En cuanto al papel de los padres, Pérez insistió en que muchas veces son los adultos quienes están generando inseguridades en los menores: «Soy el primer ser que está dejando completamente inválido a ese niño o adolescente porque le estoy solucionando el conflicto». Solano coincidió en que la sobreprotección es perjudicial: «La mayor utilidad de los padres es dejar de ser útiles en aquello que sus hijos pueden hacer solos».
La legislación no es suficiente
Respecto a la regulación de contenidos digitales, los expertos valoraron positivamente la existencia de leyes que protegen a los menores en los entornos digitales, pero recalcaron que estas medidas son insuficientes sin la implicación activa de las familias. «La legislación es necesaria, pero claramente no es suficiente», cree Solano.
La pregunta clave es, por tanto, cuál es la edad adecuada para proporcionar un móvil a un menor. Notario cree que «cuanto más tarde mejor», pero reconoce la dificultad de fijar una edad concreta. Pérez, por su parte, recomienda retrasar esta decisión lo máximo posible, preferiblemente hasta los 15 o 16 años, aunque admitió que puede ser «inviable» socialmente. Solano señala, por otra parte, que «la edad perfecta no existe, pero la educación adecuada sí es la que existe y la que debemos aplicar».
Los expertos también abordaron la influencia directa de las pantallas en el rendimiento escolar y la capacidad de atención de los menores. Pérez destacó cómo el consumo continuo de contenidos inapropiados, como la pornografía, puede distorsionar gravemente la visión que los jóvenes tienen sobre relaciones humanas y sexualidad, creando patrones conductuales perjudiciales desde edades muy tempranas.
Ante este escenario complejo, los especialistas insistieron en la importancia de una comunicación abierta y constante entre padres e hijos. Solano puso énfasis en recuperar espacios familiares para dialogar con calma y sinceridad, resaltando que estos momentos de conexión real permiten construir en los menores un pensamiento crítico que les ayuda a enfrentarse con madurez a las situaciones difíciles derivadas del entorno digital. En definitiva, adoptar un papel protagonista en la educación emocional y digital de los jóvenes para reducir el impacto negativo de las nuevas tecnologías.